
Asia: La Tierra, la Gente, los Dioses
130 Años de Relaciones Brasil-Japón
La nueva edición de la exposición “Asia: La Tierra, la Gente, los Dioses”, que presenta obras de la colección del Museo Oscar Niemeyer, incluye un homenaje al 130.º aniversario de las relaciones entre Brasil y Japón. Con curaduría de Fausto Godoy, la exposición exhibe obras inéditas en la Sala 5. Entre ellas se encuentran piezas donadas recientemente al MON por la embajadora Maria Ligaya Fujita, viuda del fallecido embajador Edmundo Fujita, el primer diplomático nipo-brasileño en Itamaraty. La colección incluye esculturas, porcelanas, pinturas, lacas, muebles, ropa y otros objetos.
Artista
Curaduría
Fausto Godoy
Abertura
28 de novembro de 2025, 21h
Período de exhibición
De 29 de novembro de 2025
larga duracion
Local
Sala 5
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El MON presenta nueva edición de la exposición asiática
La exposición “Asia: La Tierra, la Gente, los Dioses – 130 Años de Relaciones Brasil-Japón”, en la Sala 5, con obras de la colección permanente del Museo Oscar Niemeyer, se renueva una vez más con el objetivo de llegar a un público aún más amplio. Con curaduría de Fausto Godoy, la exposición exhibirá obras inéditas. La inauguración será el 28 de noviembre a las 18:30 h.
Esta nueva edición rinde homenaje a los 130 años de relaciones entre Brasil y Japón y exhibe obras inéditas, donadas recientemente al MON por la embajadora Maria Ligaya Fujita, viuda del fallecido embajador Edmundo Fujita, primer diplomático nipón-brasileño en Itamaraty(Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil).
La colección incluye esculturas, porcelanas, pinturas, lacas, muebles, ropa y otros objetos adquiridos en ferias, mercadillos y anticuarios de Asia, especialmente de Japón, Corea e Indonesia. Cada pieza alberga recuerdos personales y colectivos, traduciendo la diplomacia como una práctica de intercambio cultural.
“Con cada nueva edición, esta exposición amplía la forma en que el público se conecta con Asia y sus múltiples tradiciones. Es una oportunidad única para percibir cómo diferentes culturas se encuentran, se transforman y dialogan a través de esta valiosa selección de la colección del MON”, señala Luciana Casagrande Pereira, Secretaria de Estado de Cultura de Paraná.
“El MON, el museo de arte más grande de Latinoamérica, ha quintuplicado su colección en los últimos años. En esta trayectoria, la colección de arte asiático, donada al MON por el diplomático Fausto Godoy, es de suma importancia”, afirma la directora ejecutiva del MON, Juliana Vosnika.
La llegada de aproximadamente tres mil obras de arte, hace años, coincidió con un momento de redefinición del referente de la colección del MON, que comenzó a enfatizar también el arte asiático, africano y latinoamericano, haciéndolo más plural.
“Disputada por otras instituciones brasileñas y coleccionistas extranjeros, la colección asiática del MON, y del pueblo paranaense, permite innumerables interpretaciones y enfoques, como el que presentamos en esta exposición”, explica Juliana.
Según el curador, “esta exposición es un homenaje a la amistad entre Brasil y Japón”. Informa que las relaciones comerciales entre ambos países son sólidas y están en crecimiento, con un intercambio comercial de 11 000 millones de dólares en 2024. “Pero es en las relaciones interpersonales donde reside el sello distintivo de nuestra amistad: la comunidad nikkei, en nuestro territorio, y la comunidad brasileña residente en Japón aportan el elemento humano, consolidando nuestra alianza”, afirma Fausto Godoy. “En un proceso pendular entre ambos países, estas comunidades enfrentan desafíos y buscan soluciones para universos culturalmente distantes, a pesar de sus historias compartidas”. La donante Maria Ligaya relata que ella y su difunto esposo, el embajador Edmundo Fujita, vivieron durante 25 años en centros geopolíticos como Londres, Tokio, Moscú, Nueva York, Yakarta y Seúl. Sin embargo, Asia siempre ha sido una gran pasión: cuna de civilizaciones antiguas. "A través de estas experiencias, construimos puentes entre culturas y, espontáneamente, nos convertimos en coleccionistas accidentales", afirma.
"Inspirada por el ejemplo del embajador Fausto Godoy, quien donó su valiosa colección al Museo Oscar Niemeyer, ahora comparto esta colección de objetos como instrumentos de aprendizaje, memoria y acercamiento entre Brasil y Asia", afirma Maria Ligaya.
Imágenes
Marcello Kawase
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Materiais da Exposição
Todo comenzó en una fría mañana de enero de 1984, cuando llegué a Nueva Delhi para asumir un puesto en nuestra Embajada. Fue el tercero en mi carrera, después de Bruselas y Buenos Aires. El impacto fue muy grande, en realidad tan grande que, confrontado, decidí "lanzarme" al país en vez de refugiarme en la facilidad de la crítica a una realidad que me escapaba. La India me "desconstruyó" y me reconstruyó, a punto de que decidí que mi carrera y vida pasarían a partir de entonces por el Oriente. Pero no el Oriente sobre el que el Occidente crea estereotipos preconcebidos y prejuiciosos.
Misión casi imposible, dada la densidad de esas civilizaciones y mi falta de preparación para convivir en la más absoluta relatividad, y sin juicios, con una alteridad "exótica". Pero fue un desafío irrecusable para una aventura que resultó muy profunda.
Tuve suerte, y tuve un maestro, el profesor José Leal Ferreira, diplomático brasileño jubilado compulsivamente en los tiempos del AI-5, que era entonces profesor de Lengua Portuguesa y Civilización Brasileña en la prestigiosa Universidad Jawaharlal Nehru, de Nueva Delhi, hombre de profundo saber y enorme generosidad, a quien rendo homenaje aquí.
De la India seguí mi ruta por Asia y acabé por servir durante casi 16 años en once puestos en el continente: seguí por China, Japón, Pakistán, Afganistán, Vietnam, Taiwán (que no es país para el gobierno brasileño), Mumbai (India, nuevamente), Jordania/Iraq, Kazajistán y Myanmar. Fuera de eso, serví solo, a invitación, en nuestra Embajada en Washington: fue un "hiato", irrecusable en la carrera.
Esa elección pareció ciertamente inusual para la mayoría de mis colegas. Pero la tomé como "misión". ¿Cuál? La de traer Asia a Brasil. Proyecto extremadamente ambicioso, y ciertamente superior a mis fuerzas y habilidades, pero fundamental, a mi ver, en la medida en que el continente se afirma como el principal motor de la geoeconomía y, casi por consecuencia, de la geopolítica de este siglo.
Sheherazade casi "esfíngica", Asia tiene capas de civilizaciones y de culturas milenarias que la hacen casi indecifrable. El agujero es siempre más profundo: un tema lleva a otro, que se abre para otros tantos, y así por delante. Pero fascina, sobre todo en la contemporaneidad, donde ella reina globalizada y globalizante...
La "contaminación" de las culturas, o mejor, la inseminación de referenciales culturales "extranjeros" en el cotidiano del individuo urbano de hoy, sea en Occidente, sea en Oriente, obliga a que revisemos valores y percepciones, si no asimilándolos — el sushi en las churrascarias, el yoga en las academias, en este lado, o la bolsa Louis Vuitton en Japón, o en China, y el McDonald's en toda Asia, por ejemplo —, por lo menos buscando conocerlos y, para los más generosos e intelectualmente motivados, comprenderlos.
Y las migraciones en masa reescriben la cartografía humana en escala planetaria. No somos más islas, o mejor, las islas están ahora integradas en el continente global. ¡Bienvenidos todos a la Pangea reconstituida!
Fue esa certeza la que impulsó mi proyecto. Y la colección es esto: la búsqueda de la comprensión de esas civilizaciones que estimule la diseminación del conocimiento por medio de las obras. Fue el único motivo, aseguro. Con ella van más de 2.500 libros, CDs y DVDs sobre Asia. Proyecto necesario, estoy convencido. Es que nosotros, brasileños, estamos muy necesitados de este "baño de universalismo" que amplíe nuestro horizonte para más allá del Occidente reconocido.
Refacemos la ruta de los navegadores! En ese intento, el arte fue el camino que encontré para intentar comprender "multirrealidades" muy complejas. Sin embargo, ARTE, en su sentido holístico, sin distinción entre las llamadas nobles — "fine arts", bellas artes — y las "menores" (las artes aplicadas), ya que en el continente asiático no existe jerarquía entre ellas.
El asiático percibe el mundo y en él se inserta como un todo. Tampoco existen fronteras temporales: el contemporáneo convive con el ancestral, demostrando que las artes no tienen "plazo de validez". No fuera Confucio chino...
Transfiero el esfuerzo de una vida al Museo Oscar Niemeyer y, por medio de él, a todos los que se dispongan a perseguir esta trayectoria. Nosotros, brasileños, tenemos una gran cualidad, a mi ver: nuestro carácter generoso y cordial, que nos permite — por lo menos por ahora, y espero que así continúe — mirar con menor resistencia maniqueísta para el reverso del espejo, el otro lado del mundo.
Fausto Godoy
Curador y donador de la colección
La exposición "Asia: La Tierra, Los Hombres, Los Dioses" se renueva con el objetivo de alcanzar públicos cada vez más grandes y democratizar aún más el acceso al acervo del Museo Oscar Niemeyer.
Esta nueva edición incluye un homenaje a los 130 años de las relaciones Brasil/Japón y exhibe obras inéditas, donadas recientemente al MON por Maria Ligaya, viuda del saudoso diplomático Edmundo Fujita.
El mayor museo de arte de América Latina, el MON, vio su acervo quintuplicar de tamaño en los últimos años. En esta trayectoria, es inmensa la importancia de la colección de arte asiático, donada al MON por el diplomático Fausto Godoy.
La llegada de aproximadamente tres mil obras de arte, años atrás, coincidió con el momento de redefinición del marco referencial del acervo del MON, que pasó a dar énfasis también a las artes asiática, africana y latinoamericana, tornándolo más plural.
Disputada por otras instituciones de Brasil y por coleccionadores del exterior, la colección asiática que pertenece al MON - y a los paranaenses - permite innumerables lecturas y abordajes, como la que entregamos con esta muestra.
El mundo cambió, y los museos, como instrumento de lectura e interpretación, también cambiaron. La propuesta del MON es facilitar los diálogos entre culturas y territorios por medio del arte. No por casualidad, el Museo presenta aquí, lado a lado, culturas diversas que, al mismo tiempo en que conversan, demuestran su singularidad y nos permiten una interesante visión de mundo.
El visitante ciertamente percibe la transdisciplinariedad entre obras, colecciones y exposiciones. La fuerza del conjunto presentada por el Museo instiga y comprueba que el conocimiento, múltiple y transversal, atraviesa culturas, territorios y épocas.
Juliana Vellozo Almeida Vosnika
Diretora-presidente do Museu Oscar Niemeyer
Las relaciones diplomáticas entre Brasil y Japón tuvieron inicio con la firma del Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, que los dos imperios, en aquella época, firmaron el 5 de noviembre de 1895. Según su texto, el objetivo era "establecer relaciones diplomáticas y definir los términos de amistad, comercio y navegación entre los dos países".
Desde entonces, la amistad entre sus pueblos ganó ímpetu, a excepción de un breve hiato, en 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los dos gobiernos adoptaron posiciones antagónicas en el campo de batalla y rompieron las relaciones. Con su restablecimiento, en 1952, ellas ganaron renovado ímpetu.
Los contactos entre los dos pueblos son, sin embargo, más antiguos. Los primeros de ellos se forjaron a través de los navegadores portugueses que llegaron a Japón en 1543, y fundaron la ciudad-puerto de Nagasaki. A partir de entonces, y hasta 1638, el comercio entre ambos se hizo por medio de las escalas de los navíos en los puertos de Brasil, que la historia registró como el "comercio de Nanban". Muchos productos japoneses fueron aquí comercializados durante ese período.
Sin embargo, esos contactos fueron interrumpidos entre los siglos XVII y XIX, debido a la política de aislamiento llamada sakoku (鎖国 - "país cerrado"), decretada por el Shogunato Tokugawa, que entonces gobernaba el imperio y buscaba mantener su estabilidad ante la amenaza que sentía de las influencias externas, sobre todo la conversión de la población por los misioneros católicos. El cristianismo fue entonces prohibido y combatido.
A partir de 1603, el país entró en un período de aislamiento, limitando su comercio a los chinos, holandeses y coreanos, y aún así en puertos específicamente destinados para tal fin. No obstante, el comercio tuvo prosiguimiento, por un corto período, por intermedio de la colonia portuguesa de Macao.
Sin embargo, a partir de 1868, después de la llamada "Restauración Meiji", cuando el emperador retomó el poder del Shogunato, el país dio inicio al proceso de industrialización acelerada, que impulsaría la reanudación de sus relaciones con varias naciones y lo encaminaría a convertirse en la cuarta mayor potencia económica del planeta en este siglo.
Fue en ese escenario que Brasil y Japón establecieron formalmente sus relaciones, al firmar el Tratado de Amistad en 1895. En 1897, misiones diplomáticas fueron abiertas en las capitales de cada nación. Y, en junio de 1908, llegó al puerto de Santos el navío Kasato Maru, trayendo 790 inmigrantes japoneses.
Este fue el primero de muchos otros que arribaron a nuestro país trayendo más inmigrantes. Entre 1908 y 1941, más de 190.000 de ellos aquí llegaron en busca de oportunidades; cabe recordar que en aquel período Japón enfrentaba graves problemas económicos y de superpoblación, y Brasil carecía de mano de obra para sus cultivos.
Al principio, esos inmigrantes se destinaron a las plantaciones de café del Estado de São Paulo, sobre todo, para contornar la crisis dejada por el éxodo de los ex-esclavizados de las tierras de sus ex-patrónes y por la desistencia de los inmigrantes italianos que habían sido reclutados para esa tarea. Posteriormente, ellos se dispersaron por varias regiones y sectores de la economía. Hoy, ocupan posiciones de destaque en nuestra sociedad.
En julio de 1959, el primer ministro Nobusuke Kishi se convirtió en el primer jefe de gobierno japonés en visitar Brasil. Su visita fue precedida por la del príncipe Tomohito de Mikasa, en 1958.
En reciprocidad, en septiembre de 1976, el presidente Ernesto Geisel hizo una visita de Estado a Japón. Posteriormente, el entonces príncipe heredero Akihito aquí estuvo, en dos ocasiones - 1967 y 1978. Desde entonces, se cuentan en número de 12 las visitas de las más altas autoridades de Japón a Brasil - reciprocadas por ocho jefes de Estado brasileños a aquel país. Esa es la prueba evidente del interés mutuo.
Reside en el área económico-comercial uno de los pilares de nuestras relaciones. Uno de sus grandes momentos fue la creación del Programa de Cooperación Nipo-Brasileña para el Desarrollo Agrícola de los Cerrados (Prodecer), instituido en 1979, como fruto de la visita del presidente Geisel a Japón. Su objetivo era transformar la región del Cerrado en área productiva por medio de la cooperación técnica y financiera entre los dos países.
El Prodecer implementó iniciativas de colonización y desarrollo agrícola en diversos estados, como Minas Gerais, Mato Grosso y Goiás, contribuyendo al aumento de la producción de granos y la generación de empleos. Su gran heredero es la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa), de la cual todos nosotros, brasileños, tanto nos orgullecemos.
Las relaciones comerciales entre Brasil y Japón son robustas y crecientes, con un intercambio comercial de US$ 11 mil millones en 2024. Brasil exporta productos agrícolas y minerales, como carne, celulosa y mineral de hierro, mientras importa bienes de transformación y tecnología, tales como vehículos y sus piezas, y equipos electrónicos.
Las inversiones japonesas en Brasil son significativas, abarcando sectores como el automotriz y el agronegocio, ahora con una perspectiva de fortalecimiento por medio de asociaciones en descarbonización y bioenergía.
Pero es en las relaciones entre las personas que reside el apanágio de nuestra amistad: la comunidad nikkei, en nuestro suelo, y la comunidad brasileña residente en Japón añaden el elemento humano a la ecuación, solidificando nuestra asociación. En un proceso pendular entre los dos países, esas comunidades enfrentan desafíos y buscan soluciones para universos culturalmente distantes, a pesar de las historias compartidas.
Brasil abriga la mayor comunidad de descendientes de japoneses fuera de Japón - cerca de dos millones. En el sentido inverso, de acuerdo con datos oficiales de las autoridades japonesas, los brasileños documentados llegan a 286.557 personas, constituyendo la tercera mayor comunidad de extranjeros en aquel país, detrás apenas de los coreanos y chinos. Sin embargo, el informe indica que el número total de brasileños, inclusive los sin documentación, puede pasar de los 500 mil, estimación considerada conservadora.
Esas situaciones muchas veces no ocurren, evidentemente, sin percances personales y colectivos, una vez que las similitudes físicas entre los japoneses y sus descendientes en nuestro suelo no corresponden, en la mayoría de los casos, a una percepción unívoca de civilizaciones muy distintas: esa es la radiografía de la aventura de compartir el planeta!
No obstante, la solidez de nuestra amistad y el resultado de la integración de individuos y familias en ambos universos es el mejor ejemplo de la consolidación armoniosa de esos vínculos, lo que debería ser seguido por todos los países y culturas para el bien de la humanidad!
Fausto Godoy
Embajador
Donador y curador de la Colección Asiática del Museu Oscar Niemeyer
El kabuki es una de las cuatro formas tradicionales del teatro japonés, siendo las otras el noh, el kyogen y el bunraku (teatro de marionetas). Se desarrolló durante los más de 250 años de paz del período Edo (1600-1868).
El kabuki combina música, drama y danza, a menudo utilizando trajes de época. Sus tipos de espectáculos incluyen piezas históricas (jidaimono) y piezas contemporáneas (sewamono). Una de sus características principales es el hecho de que todos los actores son hombres, incluidos los que hacen los papeles femeninos (onagatas).
El kabuki se desarrolló con el apoyo de las clases medias japonesas, en oposición a las tradiciones del teatro noh, una forma de entretenimiento hecha principalmente para las clases altas.
Muy popular entre la población urbana, con el tiempo el kabuki se desarrolló como una forma de arte definida, con importancia, volcada hacia la preservación de la tradición, llegando algunas piezas a utilizar los mismos figurines por varios siglos.
El local principal del teatro kabuki en Japón - Kabukiza - se encuentra en Tokio.
En 1974, Folha de S.Paulo destacó a Edmundo Sussumu Fujita como el "joven nissei que rompió la barrera del Itamaraty" al ser aprobado en el prestigioso Instituto Rio Branco del Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil. Nipo-brasileño nacido en São Paulo, hijo de Yoshiro Fujita, de Assai (Paraná), y de Chiyoko Yamamuro, de Registro (São Paulo), él eligió la carrera diplomática, rompiendo con tradiciones y expectativas familiares.
A lo largo de 40 años de servicio, Edmundo y su esposa, Maria Ligaya, vivieron 25 años en centros geopolíticos como Londres, Tokio, Moscú, Nueva York, Yakarta y Seúl. Asia, sin embargo, siempre fue su gran pasión: cárce de antiguas civilizaciones, hoy transformada en una región moderna y pujante sin renunciar a sus tradiciones milenarias.
En esas experiencias, construyeron puentes entre culturas y, de forma espontánea, se convirtieron en coleccionistas accidentales. La colección reúne esculturas, porcelanas, pinturas, lacas, muebles, vestimentas y otros objetos adquiridos en ferias, mercados de pulgas y anticuarios de Asia, sobre todo de Japón, Corea e Indonesia. Cada pieza guarda memorias personales y colectivas, traduciendo la diplomacia como práctica de intercambio cultural.
Inspirados por el ejemplo del embajador Fausto Godoy - que donó su valioso acervo al Museo Oscar Niemeyer (MON) -, Edmundo y Maria Ligaya comparten ahora este conjunto de objetos como instrumentos de aprendizaje, memoria y aproximación entre Brasil y Asia.
Maria Ligaya
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